jueves, noviembre 30, 2006

CABRAS en la calle del Pinar

Ya el cielo está gris y rosa para el anochecer. De pronto, al desembocar en la calle del Pinar, se ve allá en el alto fin de las bocacalles a oriente la luna grande redonda. De allí mismo casi, del polvo de oro, suenan leves las campanillas de unas cabras crepusculares. Y bajo la luna, en paz más que nada de la calle, las cabras se vienen a entrar en el establo irreal de nuestra alma acojedora, negras, lentas, rojas, graciosas, elásticas, fragantes. Superponiéndose a la calle, surje una colina verde, y haciendo río los adoquines grises, orillas la acera, valle el corazón, anda la calle como un río. Y suenan las campanillas por estas orillas con eco de nuestras sienes y pasan quedándose las cabras, transeúntes y limitadas. Y ¿por qué nos hacen buenos más que los hombres y las mujeres que pasan estas cabras que ramonean suaves en nosotros mismos como si fuéramos árboles verdes brotados?

Juan Ramón Jiménez 1914-1915

 
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