NO SABEMOS porqué
La Cena
Mi amiga A y yo no sabemos porqué el día que vamos a cenar a un respetable sitio de moda en Madrid, cool y moderno (glamour londinense le llaman), retransmiten por sus pantallas de plasma, donde solemos ver pingüinos, un partido del mundial (¡!). Brasil y alguien más que no recuerdo. Pedimos que nos cambien de mesa a un ambiente sin pantallas. En la nuestra estamos tan cerca que seguramente nos veríamos la cara verde. Nos dicen que sí, incluso pueden poner música. La gente empieza a gritar gol. Anulamos la reserva, nos disculpamos y con un golpe de melena salimos las dos hacia otro destino. Nos reímos.
El Trayecto
Decidimos otro sitio, cheap and chic, local de moda. Vamos paseando. Nos paramos en el paso de cebra. El disco se pone en rojo. Intentamos cruzar. No sabemos porqué hemos estado esperando con el disco en verde, y cuando está rojo decidimos cruzar. Nos reímos. Estamos en una de las principales calles de Madrid. A dice que no se oye nada en la calle. Es cierto, no cruzan coches. Ni un ruido. Es extraño. Un rumano con un acordeón se pone justo a nuestro lado a tocar. No guarda la distancia personal mínima. Cruza al mismo paso que nosotras. Muy cerca. Con la insoportable música casi en nuestro oído. No sabemos porqué Madrid está en silencio y somos las únicas dos personas en la calle que tienen que ir gritando. Nos reímos.
El Otro LocalLe digo a A que voy mucho a ese local. No lo parece. La jefa de sala no me reconoce. Es la rubia de siempre que siempre hace como que no me conoce. A mi me da igual. Normalmente cuando voy me atiende uno de los jóvenes dueños con una amplia y generosa sonrisa. Pero hoy no está. Y está la rubia que hace como que no me conoce. A me pregunta por un plato. Le digo que no lo conozco. Insiste. Me pregunta por los platos, se supone que voy mucho. Le digo que han cambiado la carta. Suelen cambiarla a menudo, también para adaptarla a la temporada. Pasa la velada. Nos traen la cuenta. En una cajita para las facturas que no sé como abrir. A dice que no es verdad que vaya mucho. Se supone que debo saber abrir la caja. Le digo que ese artilugio es nuevo. Le prometo a A que sí que voy mucho aunque todo indique lo contrario. Nos reímos. Argumento a mi favor que cuando nos han dado a elegir el pan le he comentado al camarero que habían incluido un tipo de pan nuevo. Y ha respondido que sí. Uf, estoy salvada. Cuando viene de nuevo la rubia con la cuenta, A le pregunta si la cajita es nueva. La rubia dice que sí. Desde hace dos meses. Uf, de nuevo salvada. “O sea, que vendrás mucho, pero por aquí no te han visto el pelo desde hace dos meses”. Me rindo. Nos reímos. A y yo siempre nos reimos mucho. No sabemos porqué